“Etiopía”, dijeron la noticia que me llegó de manera inesperada y que me cambiaría la vida.
Al principio no me lo podía creer, pero allí estábamos, mis cuatro hermanos mis padres Elena y yo en ese país tan distinto al nuestro.
No tardamos en conocer a los niños y niñas que nos acompañarían durante estas Navidades, eran todos tan monos juguetones y sonrientes que era imposible no divertirse con ellos. Desde por la mañana ya venían a abrazarte todos corriendo, con cada mirada, cada sonrisa, cada beso cada caricia, cada día, cada niño te hacían sentir lo que era el verdadero cariño. Todavía recuerdo lo mucho que se reían los niños cuando me tiraba en el tobogán con ellos y como me podía tirar la tarde entera haciéndolo porque me encantaba ver a los peques así. También nos hacían “churrupas” por todo el pelo, te preguntaban un montón de cosas y jugaban con los columpios y las ruedas y con tus gafas cuando las llevabas, el ambiente de la guarde te hacía volver a ser un niño y viajar por el corazón de cada uno que te llenaba de calor.
Hicimos un montón de fotos a los niños, los cuales estaban entusiasmados con las cámaras, cada vez que veían un objetivo corrían hacia él y posaban como reyes todos juntos y luego veían las fotos, sinceramente me encantaba tener a todos los niños a mi alrededor viéndolas me hacían sentir como una más.
Era brutal como bailaban al son de la música moviendo sus caderas y la cabeza, ya me gustaría a mí bailar así. Cuando bailaban nos hacían a bailar, cuando comían nos compartían su comida, cuando hablaban, nos enseñaban su idioma y cuando reían nos reíamos todos ,siempre mostrándonos lo más bonito de su cultura.
La suerte llamó a mi puerta y se llamó Denaderu , y llegó para no irse ,haciéndome ver la gran oportunidad que cambió mi vida.
